José Manuel Mesías
20 ene 2015
9 nov 2012
La última lluvia 2011 Acrílico, pastel, marcadores, lápices de colores, lápiz, papel, tela 193 x 246cm |
Mitología
y realidad. La obra de José Manuel Mesías.
“…La imagen
operándose en la historia, con tal fuerza creadora
como el semen en los dominios del
resurgimiento de la criatura”
José Lezama Lima.
En
el contexto actual del arte cubano ya no es habitual encontrar el interés por
narrar la historia, apelando a la cita, la parodia, o lo intertextual, tal como
ocurrió una década atrás, momento de consolidación de la tendencia
neo-histórica, en la que se fundía el pasado con el presente, como si el tiempo
estuviera detenido.
La
obra artística se acerca a esa vertiente cuando la mirada del arte se centra en
sucesos o acontecimientos donde lo real se transfigura en metáfora, esa
poderosa narradora que nos conduce hacia los escondidos rincones de la
historia, con su carga de misterios, sucesos inconclusos, héroes y escaramuzas.
Entre
esos sucesos cuenta la leyenda que Ignacio Agramonte de niño se aproximó al
cadáver ajusticiado de Agüero y puso sobre su rostro ensangrentado un pañuelo
en el que quedó retenida su imagen. Tal hecho inspiró al artista José Manuel Mesías a representarlo en
la instalación La sangre de Agüero en el
pañuelo de Ignacio. La pieza consistía en una urna de vidrio cerrada donde
se encontraba un pañuelo manchado de rojo, convirtiéndose así la fábula
histórica en una realidad que podía ser apreciada. Al observar la pieza se
retrocede en el tiempo más de 100 años. De esta manera, lo que no podemos encontrar en un museo de
historia lo topamos en una exposición de arte: la posibilidad de que dos
hombres de esa dimensión unieran sus energías en una simple tela, como diría el
historiador Juan Expósito Casasús, citado por el artista en sus notas: un
“…misterioso pacto de sangre…” (1)
La
labor creativa de Mesías surge de la investigación y la consulta histórica. Él
nos dice: “de la historia hago mi propia interpretación, reconstruyendo e
interpretando anécdotas y sucesos” A través del exhaustivo estudio de la figura
de Agramonte el artista ha buscado al ser humano, imaginando su entorno,
descifrando sus angustias, sus dolores, tratando por medio del arte de darle
vida, como si fuera posible dibujarlo a través de los hechos.
Tras
este interés por la historia se encuentran dos de sus pinturas más
emblemáticas: La última lluvia y una S/T. La primera reproduce una caballería
mambisa situada en el fondo del cuadro, que apenas es perceptible, pues
una intensa lluvia no la deja ver con
claridad. Los rayones de pastel sobre la obra imitan esa lluvia del trópico, que cuando es brava borra
todas las visiones. Sobre ella Mesías expresa: “Los mambises están quietos, no se mueven; es el momento antes de la
batalla, esperan con suma parsimonia que comience la carga. El enemigo
perturbado los ve difusos a lo lejos y espera a que se acerquen, nosotros los
espectadores estamos en la línea visual del enemigo” A su vez, en un primer
plano, en la parte inferior, la hierba aparece más definida, son diferentes
aproximaciones a un paisaje en el que sentimos la inminencia de la batalla, lo
intrépido de unos jinetes que se pueden acercar al observador aunque nunca
lleguen a él. El movimiento se detiene en el mismo movimiento, desde esa
intensión de Mesías de lograr que la historia cobre ánima en la imagen.
En
la segunda obra se percibe un jinete mambí en plena cabalgadura cercenando la
cabeza del caballo que monta, con su propia arma de lucha. Su rostro está inacabado,
el movimiento de la bestia es impreciso a juzgar por las perspectivas de sus
extremidades. Sin embargo -¿Qué jinete puede mutilar al animal que lo carga
sobre su lomo?- La narración es ambigua, como la solución visual inexacta, pero
ello es necesario a la poesía que tal gesto impone. De esta manera quizás la
imagen desea representar lo que significó la guerra, aunque no que estemos
presenciando una batalla.
Enfrentar
la creación desde esta perspectiva hace del artista una especie de arqueólogo,
como expresara la joven crítica Laura Daranas Molina. Él traslada los hechos
históricos hacia el presente, encarnando sus personajes, descubriendo los
instantes que marcaron sus vidas, quizás por eso su obra es intensa, porque en
ella está parte del desarraigo, la dureza y el amor que la propia historia
contiene.
Magaly Espinosa.
Nota: Expósito Casasús, Juan J. “Vida de Ignacio
Agramonte” Camaguey, 1937.
6 nov 2010
THE ORIGIN OF SYMETRY IS OUT OF JOINT
Por Elvia Rosa Castro
Lo sospeché. Algo me decía que un título como “Elogio de la desnudez” ya había sido “encontrado”. Fue Emilio Ichikawa quien bautizó de ese modo su primer capítulo en El pensamiento agónico[1]. Lo re-encuentro buscando la anécdota de Adorno y las estudiantes desnudas pero la referencia me juega una mala pasada: la fuente primaria no era Emilio sino Peter Sloterdijk en Crítica de la razón cínica. [2] Ahí, el teórico alemán nos relata que “no mucho tiempo antes de que muriera Adorno (…) estaba el filósofo a punto de comenzar una lección magistral cuando un grupo de manifestantes le impidió acceder al podium. Entre los manifestantes destacaban jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador, habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la crítica (…). No era el poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.”
En las obras de José Manuel Mesías hay precisamente eso: una desnudez –acoto, no es física- que resulta violenta por su naturaleza visceral, por su tristeza. El origen de la simetría es un gesto de valentía fundamentada en la sinceridad y el desgarramiento personal, gesto que normalmente evitamos todos (“cada cual tiene su miedo y por si acaso no se quita la escafandra”). En tal sentido esta muestra es una suerte de ID o una autobiografía emplazada con todas las de la ley.
Es la desnudez ¿espiritual?, la memoria que emplaza, ese feeling intenso, la poesía que no pretende intelectualizarse, quien brinda el talante bello a las piezas, sobre todo a sus curiosos ready made, llevados a una condición aurática en la puesta en escena que los distancia de los conocidos objetos encontrados por Yornel Martínez, Irving Vera o Ezequiel Suárez. Aún así y sobre todo por eso, puedo decir que sus ready made, por ser entes impregnados de sentimiento, son animistas en el sentido estricto. Tienen vida, una existencia que trasciende a la obra de arte.
Derivado de lo anterior hay algo que puede parecer herético en estos tiempos y es esta idea que ahora suelto: las obras de José Manuel poseen una naturaleza doméstica indiscutible y en este sentido se me antojan incluso bodegones de nuevo tipo o naturalezas muertas con vida, tanto sus pinturas como los objetos. Yendo más allá, casan a Jose con los mejores exponentes de aquella segunda vanguardia cubana (Amelia o Mariano), o con la concepción de domesticidad que encontramos, por ejemplo en un Lezama: la casa como centro, como núcleo, alrededor del cual orbitan todos los seres.
Estas serían las directrices (desnudez y domesticidad) de un proceso creativo que también se afinca en cierto segmento de la historia insular (la pintura del guerrero está descentrada, fuera de lugar -a propósito- porque está avisando, publicando una arista que está por venir pero que es igual de entrañable). Detrás subyace esta autobiografía espacial: los temores, los amores, las obsesiones, las referencias que en, en su caso, pesan más las de la música y el cine que de las artes plásticas propiamente dichas. El título, además de decirnos que José Manuel escucha Origin of Symetry (2011), último álbum del grupo inglés Muse, es un guiño intertextual que, en primer lugar, responde a su propósito de crear un distanciamiento entre llamado –puede decirse que enajenado- y muestra,[3] de alejarse de la narración o de la evidencia que puede guardar un título. Él prefiere recurrir entonces a la música, donde resulta enigmático y hasta arbitrario nombrar una nota o viceversa. Hasta aquí pareciera, si seguimos a pie juntillas el título, que nos vamos a encontrar con un tratado renacentista sobre la creación y en este punto es donde brota el segundo argumento: no es precisamente eso (ni por asomo) y sin embargo delata la vocación moderna del artista (eh, eh, Jose, lo eres, artista). Un joven en extremo moderno, temeroso de la tradición, taciturno y guaroso, culto en medio del Barrio de Belén y para colmo en épocas donde la cultura y la ilustración, desafortunadamente, más que una virtud son una falta. Pero ahí va, casi a contracorriente, hidalgo. A buena hora.
[1] Emilio Ichikawa. El pensamiento agónico. Editorial ciencias sociales, La habana, 1996.
[2] Peter Sloterdijk. Crítica a la razón cínica. Ediciones Siruela, España, 2003. pp. 29-30.
[3] Uno de los mayores equívocos que recuerdo en este sentido fue la expo de Arturo Montoto, La lección de pintura. La mayoría creyó que era un gesto de alarde y pedantería bajo el supuesto de que Montoto quería enseñar a pintar, cuando en realidad, creo yo, estaba cuestionando a la representación y con ese pretexto creando planos abstractos que su pintura al uso evadía.
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